Decían
(los músculos
inquietos de preguntas
sin repuestas deseadas ni aceptadas),
en la aldea, que a sus ojos nunca le
faltaría luz,
mirada cansina y sonriente,
apaciguadora
de mentes inquietas,
sanadora de
heridas
purulentas.
Decían que sus palabras
caían al suelo con tan dispar suerte,
que el rebote
pillaba siempre desprevenido al
oyente, que no acertaba
a recoger con sus oídos tan
saltarinas palabras,
mezcladas con tierra de las suelas
de miles de zapatos.
Decían allí que
nunca había nadie mas de dos
días en su choza, que no se le
conocía varón
ni hembra a su lado, que no tenía
cromosomas sueltos por el mundo
ni herencias de dónde recoger
costumbres
y formas. De sus tierras nadie
se apropió y nunca
fueron por
otros
valladas ni tomadas.
Decían que sus ojos no estaban
el día de su entierro, en las cuencas
que debieran, que su mirada
allá no estaba, que nunca se
encontró.
Eso decían en aquel pueblo
si anteojos ni
sol.
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ResponderEliminarEnigmático y bien escrito
ResponderEliminarPaz
Isaac